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  • Patty Calle

El sastre ecuatoriano de Al Pacino y Di Caprio falleció por coronavirus


“Asegúrese de llamar al señor Lodsdail para que sepa que no puede trabajar y dónde estoy”. Estas fueron las últimas palabras de la última llamada de César Quirumbay a uno de sus hijos. Estaba hospitalizado y sucumbió el 20 de abril del 2020 en Nueva Jersey.

Era ecuatoriano y tenía 60 años. Y su historia en Nueva York mereció un espacio en las cartas al Editor en el diario New York Times, considerado el medio más influyente del mundo. Fue escrito por el corredor de bienes raíces Mathew Miller y se publicó el 25 de abril.

Para Miller, Quirumbay es la muestra de lo que puede lograr un migrante y el sueño americano. Llegó en 1998. Y se instaló en New Jersey. A los pocos días, fue hasta la afamada sastrería del londinense Leonard Logsdail, en donde un traje puede costar USD 8 000.

Cuando Logsdail le preguntó cuál era su especialidad, esperaba, según cuenta el obituario, una serie de talentos que se suelen decir en las entrevistas de trabajo. Pero la respuesta humilde de Quirumbay impresionó a Logsdail: “Solo hago modificaciones”.

No demoró en contratarlo.

“Había algo especial en César”, le dijo Logsdail a Miller. “Era artístico en su ADN. No se trata solo de unir cosas. Se trata de unir las cosas correctamente. Con un gran cantidad de sastres, a veces hay una sensación de ‘eso no servirá’, lo cual es una actitud terrible, porque no servirá. Nunca tuve que hablar de él sobre su trabajo”, añadió su jefe.

El mismo Miller dice que en la ropa a medida de alta gama, un sastre puede demorar 30 horas en hacer una chaqueta. “Para que una solapa ruede perfectamente, se requieren no menos de 300 puntadas a manos”. Y eso hacía el ecuatoriano.

“Puso los toques finales a los trajes de Al Pacino, Leonardo DiCaprio, David Koch, Larry Kudlow e innumerables directores gerentes, médicos y dandies. Fueron las manos del Sr. Quirumbay las últimas en tocar cada prenda que dejó Logsdail”, escribe además Miller.

Hizo amistad en el taller con un coreano, Ki Soo Jeong, con que el que forjaron la dupla y se mataban de la risa nadie sabe cómo. Quirumbay no sabía coreano; Ki no sabía español, y los dos no dominaban el inglés demasiado bien. Eran bromas inteligibles para cualquier extraño.

Con el paso del tiempo, con su esposa Irma, mandó a traer a sus dos hijos. Luego tuvieron tres más. Tenían una casa propia en New Jersey. Se naturalizaron estadounidenses. Los hijos fueron a las universidades. Pero el covid-19 segó su vida. Y su partida mereció este "obituario para un extraordinario hombre ordinario", como titula la carta al editor.

Fuente: El Comercio

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